Hace más de un siglo que esta leyenda es transmitida por generaciones de los vecinos del municipio de Dos Aguas, Valencia. Hablamos del año 1910. Un padre, llamado Pepón, junto con su hijo menor, trabajaron en la reforma de una antigua casa contigua al Castillo de Dos Aguas. A finales de octubre, el hijo dio aviso a su padre de un hecho insólito. Pepón se acercó al lugar de trabajo y pudo ver un agujero en la pared de medio metro de diámetro.
El hijo se justificó explicando que estaba alisando la pared y que el hueco se abrió de repente. Pepón tomó un candil y se ojeó a través del agujero. Observó que había una distancia de unos dos metros hasta el suelo. La luz permitió visualizar una estancia rodeada de huesos y dos esqueletos uniformados con elegantes ropas de otro tiempo, erectos y armados con lanzas y hachas. Pepón intuyó, enseguida, el porqué de aquella posición vigilante por parte de lo que parecían dos guardianes: custodiaban una entrada, pero ¿a dónde?
Lo primero que hicieron fue introducir una escalera y bajar a través del hueco. El hijo no tardó en preguntar a su padre si aquellas osamentas eran antiguos soldados árabes. Pepón explicó que los musulmanes construyeron el castillo y que en otra época Dos Aguas fue su hogar. En ese instante, varias preguntas pasaron fugazmente por la cabeza de Pepón: el torreón estaba en la cima del pueblo, pero la localidad está rodeada de altas montañas ¿Cuál era su función? Para vigilar ¿el qué? ¿o el castillo señalaba la ubicación de algo?
Pepón franqueó la entrada vigilada por los soldados y halló tres tapices de seda bordados de oro y plata. Se podían visualizar montañas, barrancos, casas, y el torreón era como una fotografía del pueblo tomada desde el aire. Después divisaron ocho baúles de madera tallados a mano. Solo un cerrojo de metal impedía su apertura. El padre corrió el cerrojo, levantó la tapa y, entonces, Pepón y su hijo tardaron unos segundos en digerir lo que vieron sus ojos: monedas de oro e incontables joyas.
Volvieron a subir a la casa en obras y, de repente, llamaron a la puerta. A Pepón le dio un vuelco el corazón, le pidió a su hijo que tapiase el agujero de entrada al tesoro y él se dirigió hacia la puerta de la casucha. Era su hijo mayor, que estaba realizando el servicio militar. Tenía un permiso y había vuelto para casarse con su novia. Su padre lo puso al día de la situación y entre todos tomaron una decisión. Debían trasladar el tesoro a la finca Los Pedrones. Tenían que hacerlo de noche. No podían arriesgarse a que el alcalde, la Guardia Civil o los vecinos los descubrieran.
El hijo mayor se ofreció voluntario para trasladar el tesoro, con el fin de que su padre y su hermano trabajasen en la casucha y recuperasen el tiempo perdido en la obra para que ningún vecino sospechara. Se vio obligado a realizar cuatro viajes ayudado de mulos para transportar los pesados baúles. Luego, siguiendo las instrucciones de su padre, hizo un profundo hoyo en la tierra y enterró el tesoro.
Posteriormente, a los duros días de trabajo, el hijo mayor volvió a incorporarse a su unidad militar. Unos días más tarde, Pepón recibió una terrible noticia: su hijo mayor había muerto por una extraña enfermedad. El médico militar no pudo dar una explicación lógica a su muerte. Unas semanas después, una mañana, y aún con un inmenso dolor en su corazón, Pepón intentó despertar a su otro hijo y este no respondió. Su cuerpo estaba presente, pero su alma ya no. Había fallecido y, de nuevo, el médico del pueblo no pudo predecir las causas del fallecimiento.
Pepón, destrozado por la muerte de sus dos amados hijos, ignoraba porqué su mente no dejaba de repetirle que quizás se trataba de una maldición. El tesoro estaba maldito. Lo más curioso de esta historia es que hace pocas décadas en la finca Los Pedrones aparecieron nuevos hoyos en la tierra. Algunos desconocidos cavaron en busca del legendario tesoro. La última reforma del Castillo de Dos Aguas, realizada por una compañía arqueológica, halló varias monedas de vellón de Carlos V. Este hecho ha evocado esta antigua leyenda, pero para muchos vecinos de Dos Aguas, el tesoro del tío Pepón no sólo fue un cuento, sino algo muy real.
Fuente: Periódico Las Provincias (7 enero 2021). Autor: Jesús María Sánchez González