El escritor y articulista José Manuel Morales Gajete, en su famosa obra Templarios, señala que el historiador y sociólogo Jacques de Mahieu manifestó que ya había habitantes en el continente americano en el año 2500 a.C. Además de que antes del descubrimiento oficial, ya había otras civilizaciones que habían visitado estas tierras: como los troyanos, asiáticos y celtas.
Ha quedado históricamente probado que los temibles vikingos llegaron a América sobre el siglo XI. Cuentan las sagas que Bjarne Herjolfsson, un comerciante que se dirigía a Islandia, se desvió accidentalmente de su rumbo y divisó unas tierras que jamás había visto. Las antiguas sagas groenlandesas nos relatan queLeif Eriksson, hijo de Erik el Rojo, compró el barco de Bjarne y contrató una tripulación de treinta y cinco hombres con la intención de visitar aquella región.
Sobre el año 1000, Leif Eriksson, partió de Groenlandia con rumbo hacia el oeste. Tras varias semanas divisó una tierra a la que llamó Helleland «Tierra Pedregosa». Luego observó otra costa llena de árboles y la bautizó como Markland «Tierra de Bosques» y más tarde vio otra zona a la que llamó Vinland «Tierra de Vides».
Se cuenta que Leif Eriksson y sus hombres decidieron abandonar aquel territorio por los continuos enfrentamientos con los Skraeling «nativos americanos», unido a la falta de mujeres y a la enorme distancia hasta Groenlandia (tres semanas de viaje sin escalas).
El explorador noruego Helge Ingstad (1899-2001) estaba totalmente convencido de la veracidad de las sagas groenlandesas. Este hombre se recorrió a mediados del siglo XX, junto con su hija, la costa de Terranova preguntando en todos los pueblos pesqueros por asentamientos vikingos en la zona. Un día el destino tocó con fuerza a la familia Ingstad. Cuando Helge llegó a la localidad de L’ Anse aux Meadows, conocida como «la ensenada de las medusas», unos vecinos le guiaron hasta unos asentamientos que siempre pensaron que habían pertenecido a los antiguos nativos americanos. Sin embargo, en la punta septentrional de la Isla de Terranova, próximo a una bahía, Helge Ingstad no tardó en ser consciente de que aquellos asentamientos eran idénticos a los hallados en Noruega, Islandia y Groenlandia. Sin demora, le participó la noticia a su esposa, la arqueóloga Anne Stine Ingstad (1918-1997). En una expedición en el año 1960, Anne Stine halló en este lugar fundamentos de ocho casas de estilo vikingo, demostrando así que los hombres del norte habían llegado a América quinientos años antes que Cristóbal Colón.
Se supone que cuando las sagas se referían a Helleland se trataba de la isla de Baffin, la más grande de Canadá. Markland quizás fuese Labrador y Vinland la Isla de Terranova.
En la plaza de Reykjavik, capital de Islandia, hay una estatua dedicada a Leif Eriksson donada por los Estados Unidos de América, por la que se reconoce que Leif había sido el primer europeo en pisar tierra americana. En Estados Unidos el 9 de octubre es el día de Leif Eriksson, no porque llegara ese día al Nuevo Mundo, sino porque el 9 de octubre de 1825, procedente de Stavenger, llegó el barco Restauration y se inició oficialmente la inmigración de la antigua Escandinavia a los Estados Unidos.
Haciendo, nuevamente, mención a la obra Templarios de José Manuel Morales Gajete, este escritor plantea una explicación del porqué, entre los siglos XII y XIII, los templarios acuñaron una desorbitada cantidad de monedas de plata. ¿De dónde extrajeron los templarios esa plata si la gran mayoría de los yacimientos europeos y africanos estaban completamente explotados?
Morales Gajete nos habla del municipio de La Rochelle, una localidad francesa cuyo puerto está orientado al océano Atlántico. Este puerto estaba muy bien vigilado por la orden templaria. Sin embargo, por su situación geográfica, no era nada favorable para las relaciones comerciales con Gran Bretaña ni con Portugal. Entonces, ¿por qué tantas molestias en su protección?
El escritor lanza la posibilidad de que los templarios llegaran a relacionarse con los descendientes de los vikingos. Que pudieron hacer una especie de trato en el que los guerreros nórdicos les mostraban el rumbo hacia el nuevo mundo y la Orden del Temple les ofrecía nuevos conocimientos tecnológicos. Los yacimientos de plata americanos podían suministrar una cantidad casi inagotable del precioso metal que en la Europa Medieval podía ofrecer un poder ilimitado. De no ser así, ¿de dónde procedía la plata?
El Prior de los Franciscanos de la Rábida, Francisco de Asís Oteguin, fue quien informó al famoso periodista y escritor Juan José Benítez del gran secreto que nos reveló hace años en su programa Planeta Encantado; una hipótesis asombrosa, pero con mucho sentido.
Es muy posible que Cristóbal Colón naciera en Génova (Genoa, en italiano) ciudad portuaria del noroeste de la región italiana de Liguria, de la que es la capital. Colón, posiblemente, vivió en Porto Santo, una pequeña isla del archipiélago portugués de Madeira. En 1478 o 1479 llegó a esta costa un barco en muy malas condiciones. La tripulación constaba de cinco hombres que, probablemente, eran castellanos o portugueses y se encontraban gravemente enfermos. Colón trasladó al piloto a su casa con la intención de cuidarlo. Es muy posible que este piloto se llamase Alonso Sánchez, de Huelva, conocido como El Prenauta. Este le relató al futuro almirante que se encontraron con una poderosa tormenta y se desviaron del rumbo. Que tras días de travesía hallaron un archipiélago desconocido y que durante dos años navegaron de isla en isla. Llegaron a conocer a los nativos de aquellas tierras y convivieron con ellos. También le dijo a Colón que descubrieron el metal más preciado de la época: el oro. Es posible que, incluso, le entregase cartas de navegación, ya que Alonso Sánchez documentó todo el viaje. Las pústulas y los dolores no se detenían y se extendían por el cuerpo de El Prenauta, hasta que al fin, al igual que a sus hombres, le llegó la muerte. Aquellos marineros murieron sin saber que aquellas hermosas mujeres con las que yacieron en ese Nuevo Mundo, les trasmitieron una enfermedad mortal: la sífilis.
En el año 1484 Cristóbal Colón solicitó al rey de Portugal, Juan II, que le concediera los barcos, hombres y provisiones necesarias para realizar su viaje. La excusa fue que quería llegar a Las Indias con otro rumbo. Al rey, evidentemente, no le reveló su secreto. Juan II le dio una firme negativa. Según contó Fernando, el hijo de Colón, el rey envío una expedición para comprobar si era posible realizar ese atrevido acto, pero nunca tuvo éxito.
Colón, en el año 1485, abandonó Portugal y buscó realizar su hazaña utilizando otros medios. Viajó hasta la Corte de Castilla. Allí solicitó audiencia con los Reyes Católicos. Les hizo partícipes de su marcha hacia Las Indias por otro trayecto marítimo desconocido y, una vez más, recibió un no por respuesta. Colón, durante años reflexionó sobre este profundo dilema. Quería hacer ese viaje, deseaba llegar a esa misteriosa tierra llena de riquezas y que su nombre perdurara en la historia por los siglos de los siglos. El 17 de abril del año 1492, tras la conquista de Granada, se firmaron las capitulaciones de Santa Fe. Se aprobó por parte de los Reyes Católicos el viaje de Colón, proporcionándole todo lo que necesitaba. Pero, ¿por qué ahora sí, si la propuesta había sido la misma que rechazaron sus majestades en el año 1485?
Como señala Juan José Benítez en las capitulaciones de Santa Fe, donde se firmó el acuerdo del tan esperado viaje, existe un expresión que llama, poderosamente, la atención de quien la lee:
«Las cosas suplicadas e que vuestras altezas dan e otorgan a don Christoual de colon en alguna satisfacion de lo que ha descubierto en las mares oçeanas y del viage que agora con el ayuda de dios ha de fazer por ellas en seruicio de vuestras altezas son las que se siguen:«
¿Lo que ha descubierto en las mares oçeanas? Si el viaje aún no había sido realizado. Colón no se había machado. Juan Manzano y Manzano (1911-2004) sostuvo la hipótesis de que los Reyes Católicos se emprendieron en esta empresa con Colón, en esta ocasión, porque les había confesado su secreto o parte de él: quizás el encuentro con El Prenauta o les hizo partícipes de las cartas de navegación de Alfonso Sánchez.
Sus majestades los Reyes Católicos, le otorgaron a Colón el título de almirante de la mar océana y virrey de la décima parte de lo que descubriera: privilegios que nunca se les había concedido a nadie y, por si fuese poco, antes de comenzar el viaje.
Cuando los barcos parten del Puerto de Palos el día 3 de agosto de 1492, lo primero que hacen es descender hasta la isla de Hierro. Nuevamente, desde las islas Canarias, antes de partir, Colón informó a los capitanes de La Niña y La Pinta del peligro de varias islas rocosas a setecientas leguas de la isla de Hierro. Los hermanos Pinzón y Juan de la Cosa, capitán y propietario de La Santa María, no daban crédito a lo escuchado: ¿cómo sabía aquello el almirante si aún no habían partido?
El 12 de octubre de 1492 la expedición descubre Guanahaní; Colón la llamó San Salvador. El 12 de diciembre las naves llegan a Haití; el almirante la bautizó De la Concepción. Entonces, a la tripulación le costó muchísimo creer lo que vieron sus ojos: entre los nativos habían hombres blancos. El único que no se sorprendió fue Colón, pues El Prenauta ya le avisó de que tras dos años en aquellas tierras, se habían mezclado con las hermosas nativas. Meses más tarde, el 4 de enero de 1493, la expedición llega a Monte Christi (Norte de la República Dominicana).
Tras regresar victorioso por el descubrimiento, el almirante, en su segundo viaje, en noviembre de 1493 halló aquel arrecife lleno de rocas que predijo encontrar en su primer viaje entre Matinof y Carif. Las llamó Guadalupe y Dominica respectivamente. En Guadalupe la tripulación halló un codastre y un cazuelo de hierro: ¿cómo pudo ser esto posible si los nativos no conocían el uso del hierro?
En marzo de 1494 desembarcaron en Monte Christi y por el Valle de Cipango. Los españoles localizaron las minas de Oro de las que El Prenauta le habló a Colón. Los hombres del almirante peinan Cipango y tardaron en digerir lo que encontraron: balas de cañón. ¿Qué hacían en aquellas tierras desconocidas esas modernas lombardas?
Cristobál Colón murió convencido de que había llegado a Asia por otro lado totalmente desconocido por el resto del mundo.
Lo que no se puede negar es que tanto si Cristóbal Colón sabía, o no, hacia dónde se dirigía, el almirante fue quien llevó la noticia a los Reyes Católicos y, de esta forma, se inició la colonización del Nuevo Mundo: una tierra que hoy se llama América.
Jesús María Sánchez González.