Dicen que la cara es el espejo del alma. Pues es muy posible que esto sea una gran verdad. Existen diferentes emociones que se encuentran en nuestros genes y, afortunadamente para los interrogadores, no podemos controlarlas. Hablamos de alegría, asco, desprecio, ira, miedo, tristeza y sorpresa. ¿Por qué no podemos dominar estas emociones en nuestro rostro?
Pues por pura evolución humana. A día de hoy, por lo que conocemos, el antecesor más antiguo del hombre es el Austrolopithecus. Se hallaron una serie de restos en África (conocida como la cuna de la humanidad) con una datación de seis millones de años. Debemos destacar dentro de esta familia el Australopithecus Afarensis, Africanus, Robustus y Boisei.
La comunidad científica lanza la teoría de que la causa de este proceso biológico fue el cambio climático. Hablamos de unas variaciones morfológicas y comportamentales, muy significativas, que acabaron diferenciando a las distintas familias de homínidos.
Hace, aproximadamente, dos millones y medio de años aparece el género homo. Los historiadores realizan esta diferenciación porque es la primera vez que un homínido fabrica útiles para cazar.
Aquellos antecesores del ser humano actual, comenzaron a utilizar sus manos, ya liberadas por el bipedismo, para fabricar herramientas y utensilios. Se dio un aumento de su capacidad craneana, permitiendo, de esta manera, un desarrollo de su pensamiento, sociedad y cultura. Gracias a sus cuerdas vocales, empezaron a articular algunos sonidos y, con ello, la posibilidad de un lenguaje. En estos homínidos comenzaron a aparecer una serie de cambios psíquicos; la racionalidad, la inteligencia e, incluso, la capacidad de abstracción.
El primer homo fue el Homo habilis: se trataba del primer homínido que diseñó herramientas a base de golpear una piedra contra otra y que utilizaron el lenguaje para comunicarse, aunque era un poco rudimentario. Después vendría el Homo ergaster, erectus, antecessor, heidelbergensis, neanderthalensis y, por último, el sapiens sapiens que aparecieron los primeros hace ochenta mil a treinta mil años. Cruzó el Estrecho de Bering para expandirse por el mundo y, el Sudeste Asiático para llegar a Australia.

Antes de la hominización y, durante ella, los homínidos han sobrevivido gracias a su lenguaje no verbal. Es decir, si un miembro de una familia comía algún alimento que no tenía buen sabor, su cara reflejaba una intensa emoción de asco. Los demás miembros de la tribu, si pretendían sobrevivir, sabían, por lo observado, que no debían consumir ese alimento. Si un homínido se dirigía hacia otro con los dientes apretados, una mirada fulminante, las cejas en forma de “V”, los músculos de la cara en tensión, las fosas nasales abiertas y sus puños cerrados con fuerza, tenía que estar preparado, pues, muy posiblemente, se iba a producir un agresión inminente.
Todas estas reacciones incontroladas se encuentran en nuestros ADN desde hace millones de años. Son puramente heredadas y no podemos huir de ellas. Lo mejor de todo es que cuando el interrogador detecta la emoción, el interrogado no es consciente de que su cara ha revelado su reacción.
El rostro delata nuestras emociones.
Alegría, asco, desprecio, ira, miedo, tristeza y sorpresa son las emociones básicas e inherentes al ser humano que nacen con nosotros, sin importar la cultura en la que nos desarrollemos. No son aprendidas, sino innatas en el ser humano. Estas reacciones no duran ni un segundo y, enseguida, recuperamos el control e interpretamos el papel que deseamos mostrar al mundo. El interrogador debe practicar y aprovechar cada ocasión para leer estas emociones en nuestros vecinos, familiares, amigos, etc., como en casi todo en esta vida, la constancia revelará lo que los demás no pueden ver.
Os dejo un pequeño adelantó de lo que trataremos en el próximo post.
Transcribo de forma breve lo que me pasó con un amigo, hace relativamente poco tiempo, en la calle (ambos llevábamos puesta una mascarilla) :
—¿De qué vale ahora que la cara te muestre las emociones si en esta pandemia todos llevamos mascarilla?
Lo miré y me mantuve en silencio.
—Jesús, ¿Por qué te ríes? Te lo estoy preguntando en serio.
—¿Cómo sabes que me estoy riendo?
En esta ocasión fue él quien se quedó en silencio.
—Yo te lo diré amigo mío, porque nos reímos con los ojos…
Jesús María Sánchez González
Muy interesante, cuando creíamos que todo estaba descubierto. Enhorabuena Jesús María
Muchas gracias Miguel.
Me ha encantado, el próximo tiene que estar interesado, yo siempre digo que los ojos expresan muchas emociones, por eso es importante mirar a los ojos cuando hablamos. Enhorabuena Jesús María
Muchas gracias Kini.
Siempre me sorprendes con esa mezcla de escritor y estudioso de todo lo relativo a las personas .
La alegría se expresa hasta con las orejas .
Hay que buscar la felicidad en lo mínimo de una sonrisa .
Es uno de los sentimientos y reacciones primarias ,que describes en tu artículo aunque no se pueda ver la cara .